29 junio 2005

la Cita II

Por eso la retuve por las muñecas y le puse las manos contra la pared. No me acerqué, ni la rocé con el cuerpo, me mantuve a distancia, en silencio, observando su agitación y el desconcierto de mi escaso ataque. Metí mi cabeza entre su melena negra y le respiré despacio para ver su reacción, después avancé hacia el cuello, rozándolo con el borde de los labios suavemente, pro el borde de su oreja y debajo de su mandíbula, de ida y vuelta sin detenerme apenas. Le pregunté si yo le gustaba, si sería capaz de llegar conmigo hasta el final. Pero era incapaz de responderme, sólo respiraba con intensidad y movía débilmente la cabeza para firmar su sentencia.
Entonces me fui dejando caer sobre su cuerpo, mis brazos contra los suyos y mi boca abierta acariciando sus mejillas rojas de fuego. Luego le hice notar que mi pecho rozaría el suyo, breve roce seco. Soltándose de mis manos se quitó la camiseta y liberó los enganches del sujetador. Me miró desafiante y yo me retiré sonriéndole con descaro, provocándola para que me arrancara la ropa. Semidesnudas reanudamos las caricias. Me deslicé sobre ella, delicadamente, posando el pezón mío, duro y pequeño, sobre el suyo, grande pero completamente enardecido. El contacto fue eléctrico, y desencadenó un mar de suspiros ahogados, y fui bajando mi talle sobre el suyo, cercando con mis manos su cintura , amasando la base de su espalda hasta las nalgas. Y como ya se movía a ritmo apreté fuerte para que me sintiera, el vientre, las caderas y rebotara en su movimiento oscilante contra mi pubis. Amarradas en ese abrazo nos movíamos con un compás igual, sin desorden, en perfecta armonía trotaban nuestros cuerpos con la pauta urgente de la sangre, del deseo nuevo, sacudido de breves espasmos, apenas la antesala del goce completo. Parecíamos ebrias o drogadas, detenidas en un climax denso que casi nos inmovilizaba, sintiendo y actuando de forma instintiva y desconociendo cuál sería el siguiente paso... pero avanzábamos la una sobre la otra, adivinando con esa telepatía única que establecen sólo los mejores amantes.
No había espacio en ese lugar más que para los dedos, que buscaban nerviosos sus pliegues y los míos, tan distintos. Mojaba mis manos, no sabía si con ella o conmigo y nos chupábamos mutuamente, ansiosas de nuevos sabores. Se reía y le comía la risa. Me callaba y me atacaba sin descanso. Descubríamos que cualquier sensación estaba llena de sorpresas y que el placer podía ser interminable.
Llamaron a la puerta con insistencia. Teníamos que abrir.

(¿continuará?)

2 comentarios:

laceci dijo...

Jajaja, muy bueno, muy sutil...
Mi historia será la siguiente cita...
¿Recuerdas? en un lugar público... jajajaja
Será más adelante...
Dos comentarios muy acertados:
- mejillas rojas de fuego
- amasando la base de su espalda (créeme que hay material para amasar...jajajaj)

El Profe dijo...

No me creo que abrierais la puerta. ¿No sería Miguel que finalmente os había encontrado y se sumaba al juego?

La metáfora amasadora es excelente... con o sin material ;)